Introducción

Las actividades ligadas al manejo forestal y el cultivo agrícola en general, producen un efecto o impacto directo sobre los componentes del medio ambiente; suelo, agua y componentes bióticos.  Con el fin de prevenir o minimizar dicho impacto, es necesario llevar a cabo prácticas de uso de suelo que conduzcan hacia una mayor sustentabilidad en el manejo de la tierra (Gayoso y Alarcón, 1999).

En las zonas áridas y semiáridas de Chile, el recurso agua ha sido la principal limitante para el éxito de cualquier tipo de cultivo. Esta situación se ve agravada por las extensas superficies con altas pendientes no aptas para el desarrollo de la agricultura tradicional. Dichos terrenos presentan un gran deterioro, con avanzado estado de erosión, lo cual determina zonas de alta complejidad técnica para el establecimiento de plantaciones y cultivo. Estas superficies aportan una gran “oferta hídrica” producto del agua de escorrentía resultante de las lluvias de tipo torrencial lo cual se constituye en una ventaja si se plantea como una posible fuente hídrica para el establecimiento de plantaciones forestales con especies perennes que contribuyan a mitigar la erosión, (Perret et al., 2000; citado por INFOR, 2011).

El presente reporte constituye una breve revisión de antecedentes bibliográficos asociados a la importancia del suelo, agua y los bosques, su relación con el cambio climático y la relevancia de incorporar en las decisiones de manejo, prácticas que consideren la necesidad de conservación de estos componentes a fin de asegurar su capacidad de restitución en el mediano – largo plazo.

 

1. El suelo

En términos científicos el componente ambiental suelo ha sido calificado como un bien de carácter no renovable en términos de la escala temporal humana y por ende debe ser protegido para mantener sus propiedades y funciones ecosistémicas en el largo plazo. En acuerdo a esto, hay que entender la conservación de suelo como el mantenimiento de su productividad bajo una determinada condición de uso (Gayoso y Alarcón, 1999). Esta productividad es función de un conjunto de condiciones ambientales, y en particular, de los atributos físicos y químicos del suelo.

Los principales impactos sobre el suelo suelen estar vinculados a una inadecuada planificación, por ejemplo en el caso forestal con la construcción y mantenimiento de caminos forestales, el uso de la quema como práctica de preparación de sitios para plantar y la realización de madereo terrestre en temporada húmeda. En el caso de la actividad agropecuaria; el cultivo en laderas y pendientes pronunciadas, el riego por tendido y la habilitación de montes eliminando la cobertura sobre el mismo, así como el sobrepastoreo, generan diversos efectos negativos tales como remoción, compactación y erosión de suelos que se traducen en una pérdida sustantiva de la superficie productiva, disminución de la productividad del sitio y la generación de sedimentos que alteran, en consecuencia, la calidad de las agua.

El suelo constituye un recurso básico vital para las actividades humanas, y como sistema integrado que incluye especies vegetales, animales y microorganismos diversos, que interactúan mediante procesos físicos y biológicos que ayudan a mantener los ciclos del agua, energía y nutrientes que son el pilar del ecosistema completo. Así las características del suelo influyen en gran medida en la vegetación y en la fauna que contribuyen a la mantención de la biodiversidad del ecosistema.

 

2. El agua

La agricultura bajo riego está limitada en las regiones áridas y semiáridas por la escasa disponibilidad de recursos hídricos y por la factibilidad económica de la sobras, muchas veces costosas. En América Latina y el Caribe, sólo el 10% de la agricultura cuenta con sistemas de riego. Los sistemas de captación de lluvia son útiles, por lo tanto, para las mayores extensiones agrícolas, ganaderas y forestales de las regiones áridas y semiáridas de la Región.

En acuerdo a lo mencionado por FAO (2000) en su reporte; en las zonas áridas y semiáridas, las lluvias son escasas y de frecuencia irregular. Las lluvias intensas, que se producen particularmente en zonas tropicales, ocasionan grandes escorrentías eventuales que causan inundaciones y erosión sobre las tierras casi desprovistas de vegetación que atenúe estos efectos. Las recientes sequías ocurridas en diversas partes del mundo han destacado los riesgos para seres humanos y animales en las zonas rurales.

La captación de agua de lluvia es considerada como la recolección o cosecha de la escorrentía superficial para propósitos de producción agropecuaria y forestal. Las prácticas de captación de lluvia además disminuyen el riesgo de erosión al disminuir la escorrentía libre del agua sobre las tierras.

La circunstancia de que las prácticas y obras de captación de agua de lluvia sean poco costosas, las hace asequibles a los productores rurales de bajos ingresos que predominan en la agricultura de secano de las zonas semiáridas de la Región. Por ese motivo el aumento de rendimientos que pueden generar estas prácticas, debe considerarse no sólo como un medio realista y práctico para obtener el aumento de producción, sino también para lograr el alivio de la pobreza de los productores rurales de esas zonas.

A pesar de estas ventajas, las técnicas de captación de lluvia están poco extendidas entre los productores, lo que fundamenta la importancia de estos manuales.

 

3. Rol del agua, suelos y bosques en el escenario del cambio climático

Los bosques proporcionan agua y la regulan; ayudan a mantenerla con una elevada calidad, influyen en su disponibilidad y regulan el flujo de las aguas de superficie y subterráneas. Además, contribuyen a la reducción de riesgos relacionados con el agua como desprendimientos de tierra, inundaciones y sequías, y evitan la desertificación y la salinización. Sin embargo, en algunos casos, el cambio climático y sus efectos en la variabilidad del clima -que ya son evidentes en todo el mundo- perjudican la capacidad de los bosques para proporcionar productos madereros y no madereros, y servicios medioambientales esenciales, entre ellos la protección de las cuencas hidrográficas.

A su vez, cuando se habla de cambio climático, existe una importante omisión; que es no mencionar la acción del suelo como agente regulador dentro del ciclo del carbono. Está comprobado que parte de los efectos del cambio climático se evidencian en los suelos, ya que los cambios en los patrones de temperatura y de lluvias pueden tener un gran impacto en la materia orgánica, así como en las plantas y cultivos que crecen en ellos. Intervenciones relacionadas con hacer que estos suelos sean menos susceptibles a la erosión y la desertificación, contribuyen a mantener servicios ecosistémicos vitales, como los ciclos del agua y de nutrientes, que son esenciales para la comunidad directamente relacionada con este recurso.

Por lo tanto, es importante no olvidar la relación que existe entre los bosques, el suelo y el agua, y que estos tres elementos deben ser resguardados e intervenidos adecuadamente, con prácticas de manejo sustentables de manera de reducir la vulnerabilidad de los ecosistemas y de las personas relacionadas frente al cambio climático.

Figura 1: Efectos del cambio climático sobre el suelo y el agua. Fuente: Labra et al, 2018.

 

4. Prácticas de manejo y conservación de suelo

Con respecto a las más apropiadas tecnologías para la conservación de suelos, varios autores han señalado las ventajas técnicas de la cobertura del suelo y métodos de manejo de suelos como estructuras para el control del escurrimiento en terrenos en pendiente. En este sentido, los mayores éxitos en programas de conservación de suelos se han obtenido con el concepto de Agricultura de Conservación (Hudson, 1988), Latham, 1995), dirigida hacia tecnologías que aseguren mantener y mejorar la productividad, al mismo tiempo que preserven los recursos naturales (Lagos, 2005).

Hoy día existen diversos métodos, técnicas y prácticas para el manejo y conservación de suelos. Sin embargo, los énfasis generalmente han sido puestos en obras físicas o estructuras de conservación de suelos dirigidas al control de escurrimientos superficiales de flujo concentrado, fundamentalmente a través de actividades para control de cárcavas y torrentes, así como para el tratamiento del terreno para el control del escurrimiento en pendientes, con el uso de muretes de piedras, terrazas de banco y diques de absorción (Lagos, 2005).

Menor importancia se la ha otorgado a la diseminación y aplicación de prácticas de mejoramiento del suelo, cobertura del suelo y a la estructura de cultivos en pendiente; las cuales son más fácilmente adoptables por los agricultores dado su menor costo. Ellos han integrado e incorporado más fácilmente prácticas diarias de manejo agronómico del cultivo y se han orientado hacia el control de las causas originales de la erosión del suelo, es decir, a la reducción de la disgregación del suelo, su transporte y depositación.

De acuerdo a lo mencionado por Lagos (2005), los problemas de conservación pueden técnicamente resolverse, por medio de la selección, diseño e implementación de diferentes alternativas, la mayoría de las cuales están disponibles para ser aplicadas solas, o combinadas con varios sistemas de agricultura y silvicultura.

Lagos (2005) plantea que las prácticas de manejo y conservación de suelos se pueden agrupar en tres grandes categorías:

 

4.1. Categoría I: prácticas para reducir la erodabilidad del suelo o el impacto de la erosividad de la lluvia.

Las alternativas en esta categoría (Tabla A) incluyen prácticas para el mejoramiento del suelo e incremento de la cobertura del suelo, creando condiciones que mejorarán significativamente la productividad del suelo, así como, para reducir el riesgo de disgregación y transporte del suelo como efecto del impacto de la energía de la lluvia.

Figura 2: Categoría I: Prácticas para mejorar la productividad y la resistencia del suelo a la erosión y reducir el impacto de la erosividad de la lluvia. Fuente: Lagos, 2005.

 

4.2. Categoría II: prácticas para reducir el impacto del escurrimiento superficial.

En esta categoría se incluyen, por un lado; técnicas para disponer sobre el suelo cultivos u otro tipo de vegetación, viva o muerta, de manera tal que ella contribuya a reducir significativamente la velocidad del escurrimiento superficial del agua, a la vez que, reducir su efecto erosivo. Y por otro, algunas conocidas como estructuras para la conservación de suelos en pendientes, reduciendo el impacto de la escorrentía, atrapándola y divirtiéndola hacia lugares donde no causará problemas y otras que modifican substancialmente el largo e inclinación de la pendiente con objeto de reducir significativamente el efecto erosivo del escurrimiento del agua.

Figura 3: Categoría II: Prácticas para reducir el impacto del escurrimiento en pendiente. Fuente: Lagos, 2005.

 

4.3. Categoría III: prácticas complementarias

Las medidas correspondientes a la tercera Categoría (Tabla C) incluyen prácticas complementarias que pueden ser implementadas conjuntamente con cualquiera las prácticas de los grupos anteriores. Generalmente ellas están concebidas para mejorar condiciones limitantes mayores del terreno o mejorar el comportamiento y eficiencia de protección de otras prácticas de conservación.

Figura 4: Categoría III: prácticas complementarias. Fuente: Lagos, 2005.

La selección de las técnicas y prácticas de conservación de suelo a implementar en determinado territorio están determinada por la identificación de factores limitantes para su uso. Al respecto Lagos (2005) propone un método de selección en acuerdo a la categorización presentada anteriormente. Este método se basa en la respuesta a dos cuestionamientos: ¿Cuál es la cualidad de la tierra más limitante para su uso en agricultura: productividad del suelo o el riesgo a erosión?;  ¿Cuáles son las características o factores más limitantes de calidad?  Para la productividad del suelo se plantean: la relación agua-aire, la resistencia mecánica al crecimiento radicular y/o la fertilidad potencial. Para el riesgo de erosión: la relación precipitación-escurrimiento, la agresividad de la lluvia (intensidad) la pendiente del terreno y/o la exposición de la pendiente.

En base a las posibles respuestas y combinaciones, existen diferentes posibles prácticas de manejo y conservación de suelos factibles de aplicar, no obstante, lo ideal es que dichas prácticas vayan ajustadas a las condiciones de sitio y sean implementadas de manera íntegra combinando las llamadas obras de conservación como zanjas, muretes, etc. con aquellas prácticas de manejo del cultivo como la selección de especies, abonos orgánicos, agroforestería, etc.

 

5. Obras de conservación de Suelos y Agua (OCAS)

En ese ámbito es que resulta muy relevante incorporar  técnicas de manejo hidrológico-forestal en las prácticas de gestión territorial, a través de la combinación de Obras de Conservación de Suelos y Aguas (OCAS) y cosecha de aguas lluvia orientadas a disminuir la escorrentía y favorecer la infiltración, junto con la incorporación de especies vegetales arbóreas y arbustivas cuando la calidad del suelo remanente lo permite. Con las OCAS es posible principalmente cosechar y acumular agua, nutrientes, semillas y suelo, con lo cual además se logra el control de la erosión hídrica y con ello disminuir el deterioro de los suelos, tan frecuente en las zonas áridas y semiáridas (Labra et al, 2008).

Estas prácticas no son nuevas y ya son aplicadas con éxito en zonas áridas y semiáridas en Chile y en otros países, por ello, son un importante aporte a las medidas de adaptación al cambio climático que se promueven en el país. Dentro de las más habituales se encuentran las siguientes:

Figura 5: Obras de conservación de suelo. Fuente: Labra et al, 2018.

 

6. Beneficios de la implementación de OCAS

La incorporación de OCAS en los terrenos genera un conjunto de impactos y beneficios en los sectores donde se implementan, tal como se muestra en la figura 6.

Figura 6: Beneficios de la implementación de OCAS. Fuente: Labra et al, 2008.

 

Las OCAS permiten fundamentalmente cosechar aguas lluvia, agua que se acumula en el suelo e infiltra hacia las napas subterráneas, constituyéndose en un aporte hídrico para la vegetación y también para la sociedad, y controlar la erosión de suelos, lo que contribuye a combatir la degradación de los suelos y el deterioro de los ecosistemas. Es por estos motivos que las OCAS ayudan a la adaptación al cambio climático y a la lucha contra la desertificación.

Por otro lado las implementación de OCAS en un territorio permite mejorar e incluso en el largo plazo reestablecer el funcionamiento ecosistémico y con esto ayudar a recuperar los servicios que el suelo y el ecosistema generan para el beneficio de la humanidad.

Figura 7: Servicios ecosistémicos de la implementación de OCAS. Fuente: Labra et al, 2008.

 

7. Conclusiones

Es importante no olvidar la relación que existe entre los bosques, el suelo y el agua, y que estos tres elementos deben ser resguardados e intervenidos adecuadamente, con prácticas de manejo sustentables de manera de reducir la vulnerabilidad de los ecosistemas y de las personas relacionadas frente al cambio climático.

El suelo y el agua, al formar parte de los ecosistemas, contribuyen de manera sustancial a la provisión de servicios ecosistémicos culturales, de provisión, regulación y mantención, indispensables para el sustento de la humanidad, razón por la cual surge la importancia del cuidado de estos recursos y la necesidad de su conservación.

Los problemas de conservación de suelo y agua pueden técnicamente resolverse, por medio de la selección, diseño e implementación de diferentes alternativas, la mayoría de las cuales están disponibles para ser aplicadas solas, o combinadas con varios sistemas de agricultura y silvicultura.

La selección de las técnicas y prácticas de conservación de suelo a implementar en determinado territorio están determinada por la identificación de factores limitantes para su uso. Por ende existirán diferentes medidas factibles de aplicar, no obstante, lo ideal es que dichas decisiones vayan ajustadas a las condiciones de sitio y sean implementadas de manera íntegra combinando prácticas de manejo con obras de conservación.

La construcción de obras de conservación de suelos y agua (OCAS) trae diversos beneficios a los sitios donde se establecen, principalmente aumentando su capacidad y productividad para sostener y mantener vegetación, a través de la recuperación del suelo y el agua.

 

8. Bibliografía

FAO, 2000. Manual de captación y aprovechamiento del agua de lluvia experiencias en américa latina. Serie: Zonas áridas y semiáridas N° 13. En colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Oficina Regional de la FAO para América Latina y El Caribe. Santiago. Chile. 235 p.

Gayoso, J y Alarcón, D. 1999. Guía de conservación de suelos forestales. Proyecto certificación del manejo forestal en las Regiones Octava, Décima y Duodécima. Universidad Austral de Chile e Instituto Forestal. Valdivia. Chile. 96 p.

INFOR, 2011. Compendio de prácticas convencionales del uso sostenible del recurso agua y suelo en zonas áridas y semiáridas, con énfasis en la III y IV Región de Chile. Diagnóstico regional en torno al uso sostenible del recurso suelo y agua. Instituto Forestal-Corfo, Ministerio de Agricultura, Santiago. Chile. 34 p.

Labra, F.; González, M.; Gacitúa, S.; Montenegro, J.; Villalobos, E. y Gómez, A., 2018. Manual para la implementación de obras de conservación de suelos y cosecha de aguas lluvia en Alhué. Instituto Forestal. Santiago. Chile. 105 p.

Lagos, M., 2005. Protocolo para selección de alternativas para la conservación de suelos en laderas. Contenido técnico. División de protección de los recursos naturales renovables. Servicio Agrícolas y Ganadero. Ministerio de Agricultura. Santiago. Chile. 80 p.

Perret, S., Wrann, J. y Andrade, F. 2000. Aplicación de técnicas de captación de aguas lluvia en predios de secano para forestación. Manual 25.Proyecto de desarrollo de las comunas pobres de la zona de secano (Prodecop-Secano). Santiafo. Chile. 45 p. INFOR.

 

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